Cuando llegaron los españoles en su viaje de bojeo de la
isla de Cuba a un lugar donde se alzaba un gran morro, el jefe vio que en ese
lugar podía carenar sus naves, mientras se protegía de un fuerte vendaval que
lo venía azotando. A dicho puerto, y por las circunstancias de haber carenado
allí sus naves, lo llamó Puerto Carenas.
Era una de esas mañanas que siguen a las tormentas, en que
la vegetación luce una brillante gama de su verdor, los pajarillos volaban
dejando oír sus dulces trinos y las flores estaban abiertas a los tibios rayos
del sol. La oficialidad había salido a recorrer la isla maravillosa, y viendo
alzar las enhiestas coronas de un grupo de palmas reales, hacia ellas se
dirigieron y se llevaron una gran sorpresa: allí, en una peña, sentada vieron
la más hermosa india que podían imaginar. Su larga cabellera, negrísima como el
azabache, parecía como un manto que cubría todo su cuerpo color del bronce, y
que ostentaba un brillo especial porque se acababa de bañar en una cascada, y
se había sentado a secarse con el aire fresco y el calor del sol en lo alto de
una peña.
Entonces un oficial se dirigió a la hermosa joven y le
preguntó:
― ¿Quién eres, bella india?
―Habana ―contestó dignamente.
― ¿Cómo se llama este lugar?
―Habana ―volvió a contestar.
― ¿Quién es tu padre?
―Habanex ―contestó orgullosa, y al parecer sin temor.
Los españoles estaban estupefactos ante tanta serenidad y
tal belleza.
La india sobre la peña parecía una estatua de bronce.
― ¿Cómo te llamas, di?
―Habana ―repitió claramente la indígena.
―Pues desde hoy este lugar se llamará la Habana.
La india hizo un gesto circular del contorno, repitiendo:
―Habana, Habana ―y tocándose el pecho como en el gesto de
yo, repitió―: Habana.
Ya para entonces un oficial aficionado a la pintura había
hecho un croquis de la hermosa joven sobre la roca, y debajo escribió: La Habana.
Años después, por ese croquis, se realizó la estatua a la
india en lo que conocemos hoy como la
Fuente de La
India.
Tomado del libro Leyendas cubanas. Editorial Arte y
Literatura, La Habana, 1978.
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